domingo, 5 de abril de 2015

Río Gallegos - Isla Grande de Tierra del Fuego

Esta parte del viaje puede definirse como una en las que más frío pasamos, más incertidumbres tuvimos y, básicamente, puede resumirse en una pregunta: siendo Río Gallegos tan frío, tan hostil (al menos ese día que llegamos a la mañana después de unas 12 horas de viaje en camión desde Caleta Olivia), ¿cómo m... podemos hacer para cruzar a la isla y llegar a Río Grande-Tierra del Fuego?

Habíamos viajado toda la noche en el camión de Walter, un buen hombre, totalmente loco, de Bahía Blanca que nos levantó en Caleta Olivia y que, según nos contó, esporádicamente sufría ataques de pánico. Por eso se empastillaba cada cierta cantidad de horas. Creo que eran ansiolíticos o antidepresivos, ni idea. Encima se venía durmiendo. Yo no sabía de qué más hablarle.

En fin, Río Gallegos estaba absolutamente gélida aquel día de principios de diciembre. Incluso nevó un poco esa mañana. Nos tomamos unos mates con unas galletas en la YPF donde Walter nos dejó, pero el frío no se iba con nada. Fue nuestra bienvenida al clima de la Patagonia real. Claramente todavía no habíamos hecho nada de aclimatación.


La Ruta 3 desde el camión de Walter, atardeciendo al sur de Santa Cruz, tipo 10 de la noche. 

Toda la mañana estuvimos preguntando a toda la gente si iba para la isla (Tierra del Fuego) y si nos podían llevar. Nadie iba, o si iban no nos podían llevar porque decían que se les iba a "complicar" en la frontera. Explicación que nunca entendí; pero allí seguíamos, tranquilos, viendo qué hacer para seguir hacia nuestro objetivo.

El día pasó sin que nada pase; comimos como se debe en un parador en las afueras de la ciudad que, al menos durante una hora, nos protegió del viento, el frío helado y la nieve que apenas caía. Y fue ahí cuando descubrimos que estábamos cerca de la terminal, fuimos y nos encontramos con un gran lugar en el cual refugiarnos. Queríamos solamente estar echados un rato en un sitio lugar donde no hiciera frío e incluso poder dormir un poco. La terminal era todo eso.

Ahí mismo averiguamos acerca de opciones para ir a Río Grande (donde nos esperaba nuestro amigo el Gringo Baldo) y supimos que todos los días, pero a las 8 de la mañana, sale un colectivo que pasa la frontera de Chile, cruza a la isla por el estrecho de Magallanes y va hasta Río Grande. Así que no teníamos más opción que viajar al otro día y dormir, claramente, en la misma terminal. Dicho sea de paso, gran, gran lugar para dormir.

Mientras nos contaban que Córdoba era un infierno social y climático (estaban ocurriendo los saqueos de aquellos 3 y 4 de diciembre de 2013), nosotros en Río Gallegos nos sentíamos adentro de un freezer, congelados hasta los huesos, con sueño y hambre. Dormimos en las bolsas de dormir en esa gran terminal que nos salvó la vida. Durante todo ese día y noche no asomamos la nariz afuera y, al otro día temprano, salimos para Río Grande, hacia la recóndita isla de Tierra del Fuego que tan lejos parece estar, caída del mundo allá abajo, agarrada de América con una uña.


Estrecho de Magallanes

En el camino, la estepa y la pequeña mata como único paisaje ya eran una constante. Recuerdo que llovía. Hicimos los trámites para pasar a Chile por Monte Aymond (los chilenos, complicados como siempre en las fronteras y demás). El colectivo subió a la balsa y ahí estábamos, cruzando el gran Estrecho de Magallanes en el agitado oleaje de aquellas heladas aguas, mientras delfines y toninas nadaban al lado. Me sentía llegando a los límites de todo, como si fuera la primera persona de la historia en descubrir todo eso. Una sensación increíble.

Pisamos la isla y seguimos, por el chileno camino de ripio, hacia San Sebastián, para volver a tierra argentina y estar por primera vez en mi vida en la última provincia que me faltaba pisar: Tierra del Fuego, lo último de lo último, o lo primero, dependiendo desde dónde se vea el mundo. Ya estaba en el extremo de la Tierra y de este viaje, a más de 3200 kilómetros de mi casa y siguiendo. El paisaje ahora se hizo más "cordillerano", o más bien serrano, montañoso y sinuoso. Son Los Andes fueguinos, en los que se pueden ver miles de guanacos y ovejas.

Ya en territorio argentino de nuevo y fueguino por primera vez, en unas dos horas más después de la frontera, estábamos llegando a Río Grande, la ciudad industrial y productiva de la isla. Chata y ventosa, gris pero con su identidad y expresiones culturales; y fría, para qué aclararlo.


Nacho y el Gringo, andando la estepa fueguina

Acá ya casi no había noche. La luz se terminaba de ir a plena medianoche, y a las tres horas ya se veía que aparecía el primer rayo del otro lado, sin terminar nunca de irse el sol. Acá nos esperaba nuestro gran amigo el Gringo Baldo, con el que nos reecontrábamos después de un año y medio más o menos, si mal no recuerdo. Acá empezaríamos a llegar a nuestro destino final del viaje y, ah, cierto, además estábamos a punto de recibir una noticia tremenda...

lunes, 3 de febrero de 2014

Ay, Comodoro

Nacho iba con un camionero, yo con otro. A mí me tocó el "caripoio", un gordo gringo que me iba contando tremendas anécdotas de camioneros, cosas de su vida y de sus "guriJes", como les decía él, con acento en la J. Los dos eran de Colón, Entre Ríos, e iban hasta Río Grande. Un viaje de tres días.
El tramo entre Rawson y Comodoro Rivadavia es de lo más desértico y desolado que he visto en mi vida. Son un poco más de 350 kilómetros de nada, pero absolutamente nada, solo estepa, guanacos y viento. Viento en serio, no como los que puede haber en algún agosto cordobés. Además, y sobre todo en invierno, es un zona muy "temida", ya que si algo le pasa al vehículo estás realmente en el horno.
Nuestros camiones anduvieron perfecto y fueron un misil cortando el tremendo viento, siempre proveniente del oeste.


Dos potencias se saludan, y el viento los amontona.
Hasta poco antes de llegar a Comodoro uno no se imagina que después de tanto desierto y desolación, podría haber algo. Pero ahí está, entre mar y montañas, una de las dos ciudades más grandes de la Patagonia. Una gran urbe cuya vida gira, está de más decirlo, en torno a la explotación del petróleo. También conocida como la capital del viento, realmente es así. No cesa un segundo, hace temblar las paredes de las casas, no deja caminar en paz por las calles y arrastra todo lo que esté suelto en ráfagas permanentes. Incluso rompe las puertas de los autos si uno la abre a favor del viento.


También, y con perdón de quien corresponda, es una ciudad de las menos "amigables" que he conocido, por no decir realmente horrible, en el bueno y también en el mal sentido de la palabra. Grande, gris, fría, materialista, triste.  Por supuesto que tiene lo suyo: plata. Si hay algo que hay, es plata.


Lago Musters-Sarmiento
Imagino que es muy difícil vivir en Comodoro (hablo por mí), excepto para el nacido allí, o quizás incluso también. Quizás algunos se pueden adaptar y lo disfrutan, lo cierto es que mucha gente elige estos lugares buscando una posibilidad de progreso económico, y por supuesto que lo consiguen, muchos sacrificios de por medio. Claro que son las condiciones de las sociedades en que vivimos, no reniego ni mucho menos, si yo también pertenezco. Si alguno quiere irse hasta allá a hacer plata para asegurarse un buen pasar, tener su/s casa/s y su/s auto/s, está perfecto y es libre de hacerlo. Sin embargo, me alegra saber y sentir que hay mucho por hacer y cambiar. Y, de todas maneras, Comodoro Rivadavia no deja de ser lo que es.

Lo que hizo más agradable nuestra estadía de una semana en Comodoro fue la visita a nuestro amigo el Negro Pertile y su novia Mili, quienes desde el primer minuto hasta el último nos atendieron como si fuésemos reyes. Conocimos toda la ciudad y alrededores: los pozos de petróleo donde trabaja Pertile, Caleta Córdova, Rada Tilly, Sarmiento y el Lago Musters, la hermosa Punta Marqués y sus lobos marinos, un acantilado de 160 metros de altura (para mí el lugar más lindo en las cercanías de Comodoro) y también el famoso Cerro Chenque, desde donde se puede ver toda la ciudad siempre y cuando uno resista el viento.
Pertile y Mili nos malacostumbraron a comer (y obvio que a tomar) bien, mejor dicho muy bien. Sabíamos que eso no iba a ser una constante en el viaje, pero tampoco nos podíamos negar a semejantes posibilidades de saciar mi (constante) hambre. Había que disfrutar el momento, cada momento.


Punta Marqués. Muy buen lugar para quienes gustan de la inmensidad del mar.
Los siete días en Comodoro nos achancharon mucho. Veníamos con un ritmo de viaje frenético y exigente. Acá me relajé de más y, si bien estábamos disfrutando de la visita a un amigo que vive tan lejos, mi cuerpo pedía ruta a gritos nuevamente.

Así fue que tuvimos que convencer a Pertile y Mili para que nos dejen ir y nos tomamos un colectivo a la santacruceña Caleta Olivia porque, por consejo del Negro, no debíamos salir de Comodoro a dedo.

Muy agradecidos, nos despedimos de los amigos que tan bien nos trataron y de la "bella" (a su manera) Comodoro, partiendo hacia una nueva provincia en nuestro recorrido.
Bordeando el mar y con un viento que podría haber tirado el colectivo al agua, fuimos recorriendo el gigantesco Golfo San Jorge hasta entrar a Santa Cruz y llegar a Caleta Olivia en una hora y media aproximadamente.


Cerca de Sarmiento. Un lindo día en la estepa.

Queríamos seguir para el sur lo antes posible y que no se nos hiciera de noche ahí. La terminal está en la otra punta respecto a la salida de la Ruta 3, y la ciudad es más grande que lo que yo creía, por lo que no estaba fácil salir caminando con todas las cosas hasta una buena ubicación para hacer dedo.

Tuvimos la suerte de conocer a un hombre de ahí, que conocía y que justo iba en taxi para ese lado de la ciudad, y nos llevó compartiendo gastos. Igual estábamos como a dos kilómetros de un buen lugar, así que los tuvimos que caminar con todas las cosas y, lo peor de todo, con viento en contra, lo que equivale a tener dos mochilas más encima o, por momentos, directamente no poder avanzar (y no exagero).

Después de mucho sufrir llegamos a una Petrobras sobre la ruta y justo antes de una subida en curva, con rotonda. Claramente un buen lugar. Descansamos un poco y Nacho dijo que había que ubicarse después de la subida y de la rotonda. Haciéndole caso a él, el estratega, y a la ruta, ahí nos pusimos a esperar, o mejor dicho a no esperar.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Patagonia, palabra fuerte

Hay lugares cuyo nombre tienen una fuerza propia, un halo especial, y que los definen sin necesidad de mayores explicaciones. Y es así porque son la definición semántica de su magnificencia y de las características que lo hacen único y sublime.
Amazonas, Himalaya, Sahara, Patagonia, etc. Son ejemplos importantes. Ahí estábamos nosotros, en un camión, EL camión de Marito, que justo iba para donde íbamos nosotros (Ruta 3 por la costa), entrando a la gigantesca Patagonia mucho antes de lo pensado e incrédulos con nuestra propia suerte.

Marito iba hasta Comodoro Rivadavia, así que ese mismo día podríamos haber estado ahí. Pero, para poder conocer un poco más e ir más tranquilos, decidimos quedarnos en Puerto Madryn. Así fue que cruzamos rápidamente dos fronteras. Entramos a Río Negro, dormimos en la carpa al lado del camión en General Conesa, e inmediatamente seguimos arrasando con los kilómetros patagónicos hasta entrar en provincia de Chubut.




El paisaje acá ya cambió definitivamente. Eternos kilómetros de lo que podría ser denominado como "nada". Entiéndase, inexistencia de "algo" que no sea ese pequeño arbusto duro y seco, que durante horas y horas se pierde en el horizonte de la estepa.

Llegamos a Puerto Madryn y, después de que nos lleven hasta el centro de la ciudad, me sorprendió lo linda que es. Custodiada por un azul Mar Argentino, se extiende sobre el Golfo Nuevo. La Península Valdés, además (a la cual lamentablemente no pudimos ir por cuestiones de tiempo y movilidad), le corta todas las corrientes de mar abierto. Por eso en todo Madryn prácticamente no hay nada de oleaje.

No es época de ballenas, pero igual vale la pena conocer todo esta zona. Nos quedamos dos noches en el camping del ACA, muy bueno y recomendable, cerca del monumento "del Indio", desde donde podíamos tener una gran postal de la ciudad y del mar.

Acá el clima patagónico ya se hizo sentir. Vientos fríos y muy fuertes. Sol que quema de día y helado a la noche. Sin embargo, pude comprobar que lo más importante es cortar bien el viento. He ahí la clave para equilibrar el termostato y no pasarla mal en esta parte de la Patagonia.

El día anterior a irnos hicimos una eterna caminata de unos 15 kilómetros por la costa, para el sur y para un lugar que se conoce como Punta Loma. En el camino vimos una ballena muerta encallada en la playa y llegamos hasta unos enormes médanos y un faro. Excepcional lugar.



Ahora sí, llegó la hora de partir de nuevo, de seguir hacia otros objetivos. Al día siguiente salimos hasta las afueras de la ciudad en colectivo urbano y fuimos hasta el camino que desemboca en la Ruta 3, a unos 10 kilómetros, los cuales eran imposibles de caminar con todas las cosas. En 5 minutos nos levantaron y nos depositaron de nuevo en la ruta.

Y ahí fuimos, a la YPF del ingreso a probar suerte. Durante casi dos horas la ruta nos mostró los dientes de una manera importante. No pasaba nada. Pero yo a Nacho, a eso de las 8, le había dicho que antes de las 11 algo iba a pasar. Se acercaba el mediodía y el sol quemaba la cara (la gorra me salvaba la pelada). No pasaba nada.



Nadie frenaba y, de los autos y camiones que les preguntábamos, nadie podía ni quería. Sin embargo, a mí me llamó la atención que uno de los camioneros lo dudó demasiado. Yo lo dejé ahí y seguimos buscando. Nacho era el encargado de la ruta, yo de los que estaban en la estación.

Íbamos a Comodoro Rivadavia (allá nos esperaba nuestro amigo el Negro Pertile), y el que va para el sur indefectiblemente pasa por ahí porque en el medio no hay nada, solo Trelew y Rawson. A las 10:50, el "camionero dudoso", un gordito bien gringo, desde lejos nos hace la seña de "vamos". Con una emoción inigualable empezamos a correr con las cosas (como si el camionero se fuera a ir) a la velocidad a la que camina una anciana.

El tipo estaba con un compañero de la empresa. Eran dos Scania, camión jaula, de los que llevan autos. Como no tenían lugar en las cabinas, pusimos las cosas en la caja de una de las Saveiro O km. que llevaba Fuimos uno en cada uno camión, encima a puro mate y criollos, viendo de nuevo la Patagonia desde las alturas. Allá vamos, Comodoro.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Sur

“Si el camino es duro, vas en la dirección correcta”, dijo una vez Marley (claramente Bob). Más o menos así fue desde un principio en este viaje que emprendimos rumbo a lo desconocido, a nuestra manera. Como siempre, pero con un importante cambio en la brújula. Ahora todo apunta al sur, a nuestra gigantesca Patagonia Argentina, donde dicen que hay un lugar con una casa y diez pinos, lejos del ruido infernal de la ciudad, del humo y la soledad.

Mochilas cargadas, quizás bastante, pero siempre con fuerzas y listos para salir, seguir, llegar y seguir. Convencidos.

Este viaje me encuentra en un momento personal distinto a los anteriores, con muchas cosas nuevas en la cabeza y el corazón, y con otras tantas que sigo ignorando, pero en definitiva de eso se trata. Lo que jamás cambió fue ese espíritu aventurero, esa necesidad incontenible de estar frente a la gente y frente a diferentes paisajes. Ese incansable amor por la ruta y por la hermosa incertidumbre que ella te da.

El objetivo: llegar a Ushuaia, la ciudad más sureña del mundo, por tierra ida y vuelta. A dedo lo más que se pueda. A la ida por la costa argentina, de regreso por la “mágica ruta 40”. No esperan algo así como 3400 kilómetros (solo de ida) hasta nuestra meta, el fin del mundo (o, como me gusta decirle a mi, el principio de todo. El decirle “fin del mundo” implica que al mundo se lo interpreta siempre desde el norte hacia el sur, o considerando siempre el sur en función del norte, y eso ya me da mala espina, me huele a “discurso ideológico encubierto”).

Sin embargo, también cada día y cada avance será un objetivo en sí mismo. Cada lugar también. Sabemos que la distancia es mucha, pero eso claramente no nos acobarda.

Viernes 22 de noviembre. Llegó el día indicado, el día D. Costó llegar a ciertos “arreglos” con los respectivos trabajos, pero ya está. Dejamos mi Unquillo y mi Córdoba queridos. Salimos con el amigo Nacho hasta Río Cuarto en colectivo, como para darnos un primer envión inicial, y ya esa tarde fuimos a las afueras de la ciudad a hacer dedo para seguir. Es difícil salir de las ciudades grandes, por eso decidimos ir en colectivo hasta Holmberg, primer pueblo pasando Río Cuarto.

Después de esperar más de una hora, nos llevó un tipo que iba solo en su camioneta hasta Vicuña Mackenna. Primera gran señal de lo que la ruta nos puede llegar a dar y de la relación que podemos llegar a establecer con ella. En Mackenna nos agarró la primera noche, en carpa al lado de una estación de un pueblo bien del campo del sur de Córdoba. Al menos ya estamos en “el sur”.


Esa iba a ser la primera muestra de la manera en que se dan las cosas en un viaje como este. Tanto tiempo esperando y tantas ganas, que parece que todo está armado desde antes, o que simplemente las cosas se dan como se deben dar.

Al día siguiente, tras esperar un poco más de una hora, nos llevaron hasta Santa Rosa, La Pampa. Muchas veces la gente es increíble. Hacen cosas que jamás uno se espera. Con un desinterés total (excepto el de que alguien te sebe mate) frenan, preguntan dónde vamos, te llevan, incluso se pasan varios kilómetros del lugar donde ellos mismos tenían que ir, para que a nosotros nos quede más “cómodo” y además, lo más importante, compartimos mates y charlas con una persona aparentemente desconocida, pero que en ese momento se convierte en un compañero de viaje más, en una ayuda, y nosotros en una compañía para él.

En Santa Rosa, con un calor de morirse a las 3 de la tarde, un tipo en moto nos llevó hasta la terminal con todas las cosas, yendo y viniendo dos veces.

Esa noche fue muy calurosa en el camping municipal en Toay (muy bueno y recomendable) y superamos la primera y hasta ahora única lluvia sin sobresaltos importantes.


Al día siguiente queríamos conocer la Reserva Provincial Parque Luro y nos tomamos un bondi que nos dejó en la puerta sobre la ruta. La recorrimos casi toda y resultó ser muy linda e interesante. Enormes extensiones de bosque con muchas especies de animales (incluido el hombre) y hasta pudimos ver un ciervo. Creo que caminamos más de 10 kilómetros solamente ahí dentro.


A la tarde volvimos a la ruta a emprender la titánica tarea de conseguir alguien que nos lleve en un lugar difícil para hacer dedo. Increíblemente no pasó ni media hora que ya estábamos arriba de otro auto gracias a un amigo que se dio en llamar Chapu, siempre con dirección al sur, que nos dejó en un paraje caminero que ni siquiera era un pueblo. Padre Buodo está prácticamente en las puertas de lo que empieza a ser la entrada a la Patagonia. Y ahí estábamos mientras ya caía la noche y no veíamos ningún lugar para armar la carpa y pasarla.


Igual, no era algo que nos inquietara o algo por el estilo. Llegado el momento veríamos. Ese fue el dedo más difícil de todos. El lugar era desfavorable por donde se lo viera. Nosotros queríamos ir a Río Colorado y estábamos en el cruce de la 22, que va a Bariloche. De más está decir que, de 10 vehículos, 9 y medio doblaban para la bella ciudad turística, y prácticamente nadie hacía nuestra ruta. Ahí tampoco paraban colectivos.


Con los últimos rayos del sol, y gracias a Nacho, el estratega del dedo, llegó un gran valor de este viaje. Cosas que solo pasan en momentos como ese. Apareció Marito, un camionero que nos sacó del pozo, y con él empezó una nueva etapa de este viaje.

jueves, 7 de febrero de 2013

Comarca Kuna Yala, alucinante

Habíamos llegado a Ciudad de Panamá el día anterior por la tarde provenientes de la isla de San Andrés, y el aire de una capital ya se sintió distinto en la atmósfera cuando llegamos. Ese smog que pesa como 50 kilos en la cabeza y la espalda, y que no se escapa de ninguna de las ciudades grandes del mundo.

Panamá me sorprendió por lo ultradesarrollado y vanguardista que aparenta ser a primera vista. Muchos autos último modelo (pero no tan último porque la mayoría son traídos de la yanquilandia), la gente que consume lo ultimísimo en tecnología, pero que sin embargo prácticamente no lee, según después nos contaron. Edificios demasiado modernos (comparados a los que yo había visto en mi vida) que se observan desde lejos cuando uno va entrando por el lado de Tocumen, mientras se bordea el Oceáno Pacífico.


Cinta costera - Ciudad de Panamá
Llegamos, nos instalamos y salimos a recorrer una parte de la ciudad caminando, hasta la cinta costera. Agradable y tranquilo (porque era domingo). A la noche nos juntamos a comer con unos amigos de mis viejos cordobeses que hace mucho tiempo viven ahí. Ellos ya sabían que al día siguiente, bien temprano, nos íbamos hasta la Comarca Kuna Yala a pasar una noche allá, al norte del país, sobre el Mar Caribe y en el Archipiélago de San Blas. Así que ellos, conocedores, nos contaron mucho acerca de aquello con lo que nos íbamos a encontrar. Yo ya me preparaba física y espiritualmente, presentía y sabía que no se venía algo liviano.

En Panamá, la "cuestión indígena" es muy fuerte y su presencia e influencia pesa mucho, incluso hasta en el imaginario mismo del occidental. Eso, supongo, es difícil de ver en Sudamérica. Asimismo, el "nativo" también está bastante occidentalizado (eso sí es fácil de ver en Sudamérica, y creo que es precisamente el motivo por el cual es más resistido). Por lo que nos contaron, conservan mucho de su cultura y costumbres, pero son comerciantes y especuladores al extremo, y es su manera de manejarse con el resto de la gente y entre ellos. Incluso muchos han terminado viviendo en las ciudades grandes. ¿Kusch y la América Profunda? ¿Consecuencias de la aculturación?

Gran parte de este país está compuesta por comarcas indígenas (son "provincias", pero totalmente indígenas y mucho más formalizadas y evolucionadas a niveles institucionales respecto a la idea que nosotros tenemos de "comunidad indígena", al menos en Argentina), sobre las cuales ellos ejercen un gran control y soberanía política y, sobre todo, económica. Cada una de ellas también tiene representación en el Congreso Nacional.

Nos pasaron a buscar a las 5 am y partimos hacia algo muy desconocido para mí, y por ese mismo motivo sentía una de las emociones más hermosas que se puede tener.

Mientras amanecía paramos a desayunar al lado de la ruta, y ya los primeros rayos mostraban un paisaje de distintos tonos de verde. Estamos camino al Tapón del Darién, la selva "impenetrable" en la frontera entre Panamá y Colombia, y a la que le echan la culpa de que estos dos países, y por ende Sudamérica y Centroamérica, no estén unidos por tierra. Varios kilómetros más allá, la ruta simplemente termina, pero después nos dijeron que hay algunos caminos exclusivos no habilitados al tráfico (de gente común que quiere viajar). Sin embargo, la verdad es que es una decisión de Panamá al no querer tener contacto con todo lo que hay en torno a la guerrilla colombiana en la selva. Sospecho que la espesura del Tapón le viene como anillo al dedo a Panamá.

Antes de seguir directo al Darién, desviamos al norte y arrancamos la trepada furiosa por lo que vendría a ser la "cordillera panameña". Es un pronunciado pero no muy elevado cordón montañoso y selvático que se posa de oeste a este, entre medio de los dos mares, que acá a están a una distancia de entre 80 y 100 kilómetros uno de otro, la menor distancia en todo el continente.


Selva y sierra panameña - Comarca Kuna Yala

Después de un par de horas y casi dos millones de curvas entramos a territorio de la Comarca Kuna Yala. En este momento a cada visitante le cobran 6 dólares y sin pasaporte no se entra. Los muchachos no dan puntada sin hilo en sus tierras, y a primera vista parecen ser amables y receptivos. Inmediatamente se avista el Mar Caribe desde lo alto de la sierra, y hacia allá iniciamos el descenso.

Estamos por entrar directamente al Archipiélago de San Blas en el Mar Caribe, y allí, en ese lugar cuasi "amazónico", los kunas se convierten inmediatamente en tus guías, primero en la lancha que se mete por el río hasta llegar al mar, y después por cada una de las islas a las que va llegando. En total hay más de 300, 40 habitadas por alrededor de 50.000 personas.


Para el archipiélago

Antes de subir a la lancha nos habían comentado de una costumbre que tienen los kuna. Sinceramente desconozco si alguna otra comunidad lo hace, pero yo supongo que si. Cuando a una niña kuna le viene su primera menstruación, los muchachos pegan una fiesta de 5 días entre todos los de esa isla y los que se quieran sumar de las islas vecinas. Y cuando digo fiesta, doy fe de que lo digo en serio.


Isla Cartí
El lanchero nos comentó que justo en ese momento estaba habiendo una en una isla cercana, que iba por el cuarto día. Sin dudarlo, allá fuimos. Navegamos el serpenteante río hasta llegar a territorio del mar. Se empezaron a ver islas por todos lados en el horizonte. En un rato nomás, llegamos a la Isla Cartí, donde era la fiesta de la pubertad. Atestada de ranchos bajos hechos de paja y hojas de palma, entremedio de todo eso hay senderos internos que dan la sensación de llevarte hacia el más allá. Sale gente de todos lados y te saludan, nosotros tratamos de saludarlo en su idioma, pero algunos también hablan español. Íbamos con cuatro suecos que hacían chilenita tratando de entender algo, algo de todo eso.

Nos habían dicho que era un código importante el no sacarles fotos y que respetemos eso. De todas maneras a mí no me interesaba eso en ese momento. Llegamos al lugar de la fiesta del "primer Andrés", había música y gritos por todos lados. No sabíamos con qué nos íbamos a encontrar. Yo a esta altura esperaba absolutamente cualquier cosa. Eran las 9 de la mañana del cuarto día. Entré, y nunca había visto nada parecido...
(continuará en parte 2)

jueves, 22 de noviembre de 2012

Premios Liebster - Cadenas de viajes

A pesar de que hace varios meses no viajo y no actualizaba el blog, he tenido el honor de ser galardonado con un Premio Liebster. ¿Qué es esto? Yo también me lo pregunté cuando lo leí. Es una verdadera cadena de "viajes mentales" a través de los diferentes blogs de viajeros que hay alrededor del mundo, para que todos se vayan haciendo conocidos y se difunda una verdadera cultura viajera.

¿Cómo funciona? Alguien de un blog manda 11 preguntas sobre viajes a una lista de otros blogueros. El que lo recibe, tiene que responder esas preguntas. Además, tiene que contar 11 cosas sobre él, formular otras 11 preguntas distintas para otros viajeros distintos. Y así con los que lo vuelven a recibir. Si, a mi también me costó entenderlo pero no es la gran cosa, uno le agarra la mano.


A mí me lo mandó mi amiga Vito de Con los pies por la Tierra, a quien le estoy muy agradecido. Gracias, gran viajera. Además, recomiendo su blog. 


Acá van las preguntas que ella hizo, más las preguntas que hice yo y a quiénes se los reenvío. No escribí las "11 cosas sobre mí" porque no me agradó mucho la consigna y además no sabía qué decir ni poner. Pero el que lo quiere hacer, lo hace.


1 ¿Por qué escribís?

Porque es una de las cosas que más me gusta hacer, escribo hace muchísimo y me parece que es mi mejor manera de expresarme. Porque hay infinitas posibilidades de uso del lenguaje y solo hay que aprender a explotar la capacidad de construir imágenes, transmitir emociones y conceptos, contar historias, etc. Y lo mejor es que no hay solo una manera de hacerlo. Pero sobre todo porque escribir es una de las cosas que me hace sentir libre justamente por ese último motivo. Y el último, no menos importante, es mi trabajo (ya que soy periodista)

2 ¿Qué estabas haciendo hace un año?


Trabajando de changas por donde yo vivo y planificando viajes por la cercanía del verano.

3 ¿Cuál fue tu primer viaje?

Con mi familia fueron muchos pero ya de “grande”, solo y con amigos, lo que se dice un verdadero viaje, fue el que hicimos para cumplir el sueño de llegar a Machu Picchu cuando tenía 20 años, osea hace 4.

4 ¿En qué ciudad-país-continente dormiste anoche?

Unquillo, Córdoba, Argentina, Latinoamérica.


5 Si pudieras elegir, ¿dónde y qué cenarías hoy? 

Uhh. Primero es un objetivo ambicioso el pretender cenar, y mucho más decidir qué, teniendo en cuenta que hemos comido arroz blanco durante días viajando. Pero si de soñar se trata, elijo comer un buen plato de fideos a la luz de la luna acampando en alguna playa, selva o montaña, o en el hostel de alguna ciudad. Pero bien podría ser en alguna playa de Perú, selva brasilera o montaña de Bolivia.

6 De tu último destino, ¿Qué momento te gustaría revivir?

El momento de la llegada a la cima de la Montaña Machu Picchu, Perú, sin dudas uno de los lugares más impresionantes en los que he estado. En este caso una foto dice mucho más que mil palabras, que no las hay. También dicen que no podés dimensionar algo por una foto, y es totalmente cierto. Pero este lugar tiene la capacidad de que no lo podés dimensionar ni siquiera estando ahí. El gran Imperio de los Incas. 


La foto no es nuestra, es choreada porque a las cámaras nuestras nos las chorearon después a nosotros. Cuando subimos era todo lluvia, viento y nubes. Por momentos se abría y podíamos ver una de las mejores postales de la Tierra.




7 Qué estás tramando conocer?

Latinoamérica toda. Tengo ganas de ir hasta Ushuaia, Cataratas, Salar de Uyuni en Bolivia, y mi objetivo máximo es llegar a México por tierra haciendo trabajos en el camino, sean rentados en plata o en especias, o en nada estrictamente material. ¿Solo un delirio? Y bue. Para después, también tengo pendiente Nueva Zelanda y me atrae mucho Asia y África.

8 Cuánto pesa gralmente tu equipaje?

Ni idea pero no llevo muchas cosas, siempre llevo de menos pero tampoco nunca me falta nada. Calculo que unos 15 kilos como muchísimo.



9 Tenés un amuleto de viaje? Cual!?

No, sinceramente creo que no. Hay cosas que llevo siempre pero no como amuletos.

10 Cuál de estos elementos extrañás más estando lejos de casa… heladera, cama, lavarropas?

La verdad, ninguna de esas tres cosas. Hay una que sí extraño con todo mi ser, o mejor dicho con todo mi… que es el bidet. Mejor no explicar las razones en estricto lujo de detalle, ya se explican por sí solas.

11 Contate una anecdota graciosa de viaje…

Me voy a explayar. Una de las mejores fue en Cusco. Estábamos durmiendo con mis dos amigos Nacho y Sergio en un hostel (a 10 soles, valga la aclaración) después de volver de Machu Picchu, bastante destruidos. A eso de las 3 de la mañana golpean la puerta de un puñetazo, varios puñetazos, varias veces. La puerta era doble, de madera vieja y que se abren por el medio y estaba trabada con un alambrito mísero y tiritante que amenazaba con ceder ante el más mínimo soplido. Nosotros tardamos como un minuto en ser conscientes de que nos estaban queriendo tirar la puerta abajo en un hostel peruano y medio turbio a las 3 de la mañana. En ese mismo momento sentimos como se nos subían directamente hasta atacarse en la garganta ya saben quiénes. Obviamente no entendíamos qué pasaba y éramos b... de 20 años que no teníamos mucha idea de esas cosas de viajes, ni de esas cosas en general.

Uno de mis amigos, como para decir algo, tiró (supuestamente con un improvisado acento peruano de las 3 de la mañana y dormido, como para aparentar que éramos peruanos y no viajeros) un increíble y memorable “qué quieres?” que no sé de dónde lo sacó.

La puerta encima tenía grandes huecos, afuera había luz, entonces se podía ver perfectamente, a contraluz, la silueta del individuo en cuestión, lo que le daba al episodio un tinte cuasi digno de “El resplandor”. A esa fantástica y épica pregunta de “qué quieres”, el amigo peruano respondió “dormir”. ¿? Vaya giro que tomó el caso, pensamos nosotros.

Ante esa respuesta, ya no sabíamos qué pensar dentro de semejante cagaso que teníamos. Lo peor era “acá nos chorean todo y nos dejan en tarlipes”, pero no era lo que más pensábamos. Sin embargo, claramente estaba la posibilidad. Lo mejor era “será un simple hombre que no tiene donde dormir y está pasando frío”. Cuando lo alumbro con la linterna a mi amigo, veo que estaba con un cuchillo en la mano. No sé si era para tanto.

Ahí intervine yo y grité “no tenemos lugar” con la voz más firme que me salió, seguramente la de una carmelita descalza. En ese momento, quizás al darse cuenta de que había más de uno en la pieza, vimos por los muchos huecos de la puerta que la sombra se fue para un lado y no apareció más.

Prendimos las luces, nos quedamos hablando un rato, yo me quedé mirando la puerta como media hora y después ya me dormí con una sensación, media exagerada por la adrenalina del momento, de haber tenido una experiencia cercana a la muerte. Nunca sabremos quién era ni qué quería realmente, ni tampoco preguntamos a nadie al otro día y simplemente huimos como cobardes ni bien nos levantamos. Pero Cusco es absolutamente alucinante, eh.

11 preguntas para los amigos

1-      ¿Por qué viajás?
2-      ¿Qué cosas importantes “dejaste” por viajar?
3-      ¿Momento más glorioso de algún viaje?
4-      ¿Sueño máximo?
5-      ¿El mayor “cagaso” de algún viaje?
6-      ¿Cuál fue la experiencia más “fuerte” o que te marcó, que hayas vivido durante un viaje?
7-      ¿Nombre de la mochila?
8-      La peor comida y peor bebida que hayas tenido que probar.
9-      ¿Qué te da viajar? (en todo sentido)
10-   ¿Es mejor viajar metiéndose en la naturaleza salvaje o en las ciudades?
11-   ¿Experiencia haciendo dedo?

Mis elegidos


Y pronto habrá más...

Hasta las Rutas Siempre.


viernes, 27 de abril de 2012

Formosa - Clorinda. Con un pie en la 81

El viaje de Posadas a Formosa fue, otra vez, durante la noche y, otra vez, subí al colectivo en un estado lastimoso. Cansado por todos lados y sucio como trapo de moto, solo quería dormir tres días seguidos. Allá me esperaban mis otros primos.

Como no veía nada por la ventanilla, alcancé a dormitarme un poco (habrán sido unas tres horas). Me desperté llegando a Corrientes y la reconocí. Cuando cruzamos el puente hacia el Chaco eran aproximadamente las 5 am y sobre el río se veía solo oscuridad y algunas lucecitas de botes o barcazas dispersadas. Era el Paraná que otra vez me encerraba en algún misterio de su inmensidad.

Debía bajarme en Resistencia a cambiarme de colectivo. Llegamos a la terminal aproximadamente a las 6 am y llovía torrencialmente. Entré y empecé a dar vueltas como un perro hasta que me acomodé en un banco a esperar que llegara el que me llevaría a Formosa.

La terminal era una mezcla rara de gente muy particular, que nos encontramos en un momento muy raro. Personas mayores solas esperando, jóvenes con grandes bolsos, mochilas o bolsitos, hombres, mujeres, adolescentes, adultos y adultas; había de todo. Hasta unos mochileros que viajaban con varios cachorritos recién nacidos, que no sé dónde los habrán metido en cada viaje en colectivo.

En fin, la unidad llegó, me subí y ahí arriba me encontré con Tito, un formoseño que había conocido en Santo Tomé en la fiesta del último día y que conocía a mis primos. Viajaba con la guitarra y estaba totalmente dormido cuando llegamos a Formosa, así que casi no me molesté en intentar saludarlo cuando llegamos a Formosa porque él iba hasta Clorinda.


La niña es mi prima Bianca

Llegué a la capital de la provincia ya bien entrada la mañana. El día estaba húmedo y caluroso pero nublado y gris.


Aquí pasé tres agradables días junto a mis primos y tía. La costanera de Formosa recibió nuestra visita un par de veces. Es tranquila y silenciosa, ideal para ir una tarde a sentarse y tomar unos mates viendo el Río Paraguay. Del otro lado está el pueblo de Alberdi, ya en territorio paraguayo.




Río Paraguay en Formosa



El último día fuimos hasta Clorinda con mi primo César. Tuvimos que llevar una lancha enganchada en la camioneta hasta esa ciudad, en la cual pasamos la noche y volvimos bien temprano al otro día, manejando yo esta vez. Se ve que confiaron ciegamente en mi; de todas maneras, demostré con creces mi gran destreza al volante en los 150 kilómetros que separan Clorinda de Formosa.


En las afueras de la capital, pude ver casas de pueblos originarios tobas, los cuales viven, por lo menos en esa zona, en viviendas bien construidas y servicios bien instalados. A esa misma altura, también se encuentra la salida a la ruta 81, que cruza toda la provincia por el monte chaco-salteño hasta Embarcación, Salta. Estuve muy tentado de ir a hacer dedo por allí (ruta habitual de muchos camiones que recorren el corredor bioceánico desde Brasil a Chile), pero decidí volverme en colectivo a Córdoba. ¿Cobardía? No sé, puede ser, pero resolví postergarlo por una cuestión de cierto cansancio del momento.


Más que nada me acobardó en ese momento el hecho de que ya se había "cumplido" el tiempo de viaje que anteriormente me había "propuesto" (que no es lo mismo que "impuesto"). Y como siempre hay que dejar algo para después, así lo hice. Quedó para otro tiempo hacer la 81 a dedo, entonces.


Hasta mañana


Entonces, llegué de vuelta a Formosa, directo a la terminal, y saqué el pasaje a Córdoba. Se viene el retorno, el chau.

viernes, 13 de abril de 2012

Posadas - Encarnación. Donde el cielo remonta vuelo

Por primera vez en el viaje me pongo los lentes de sol. Yo sabía que en casos extremos los iba a necesitar. Estoy tirado en el colectivo y viendo de a ratos por la ventana, empezando este día que en realidad ya comenzó hace rato ¿Por qué será que siempre subo a un bondi con el cuerpo totalmente destrozado? Será que, quizás, cuando estoy afuera de él es cuando me encargo de destrozarlo. Incluso desde adentro se siente el calor y la humedad del Litoral. En fin...


El camino es muy extraño, no recuerdo haber visto muchos así. Los campos de choclo se mezclan con los de yerba y, a su vez, con la tierra colorada o, si no, inmensas extensiones verdes recostadas sobre lomas que parecen no tener final. La imagen me inspira una sensación tropical o centroamericana.


Ya entré a la provincia de Misiones y es la primera vez en mi vida que la visito. Tiene un aspecto agradable, linda y sobre todo muy verde. Pasado el mediodía llegamos a la terminal de Posadas y ahí me bajo sin haber decidido para nada qué hacer o para dónde ir. Las opciones que manejo son el centro, la costanera, Encarnación (en el Paraguay, para esto hay que cruzar el puente internacional) o cualquier lugar que me llame la atención.


Campos verdes misioneros
En la terminal hay mucha gente, incluso algunos mochileros, por lo que me sentí muy bien al verlos por ahí dando vueltas, igual que yo. Ahora ya sí estoy cansado de la noche sin dormir que tengo encima y mis restos caminan sin tener idea dónde ir. En eso veo un cartel que dice "Colectivos a Encarnación - Paraguay", y una flecha para afuera. Voy para ese lado y ahí estaba parado uno de dichos móviles que iban para allí. Sin pensarlo me subí y ya estaba yendo para el otro lado del puente e intentando sacarle charla a unas paraguayas. No tuve mucho éxito.


Volver a ver el monumental Paraná, acá un poco más cerca de su nacimiento, fue hermoso como siempre. Ahora sí, ya no tengo más adjetivos para describirlo. Simplemente es demasiado río. Hicimos rápidamente los trámites aduaneros en ambos lados y crucé rumbo al Paraguay. Estaba en un lugar muy extraño y desconocido pero me gustaba ir mirando todo a mi alrededor. Tanta gente anónima haciendo su vida de todos los días, o quizás no, quizás viajando también o quizás simplemente no haciendo nada en especial.


Encarnación es grande y se divide en muchas zonas. Yo fui directamente hasta la terminal de ómnibus y ahí me bajé. La manzana donde está ubicada está rodeada de mercados y ferias. Es la zona alta de la ciudad, o el "centro alto", como me dijeron cuando pregunté. Se ve que hay varios sectores céntricos. Cambié un poco de plata ahí mismo como para tener algo que comer. Un peso argentino equivale a 850 guaraníes paraguayos. Es la segunda vez que piso territorio de este país vecino.


Terminal y ferias en Encarnación
Entre tanto lugar desconocido, no sé para dónde encarar y lo primero que elijo es, sí, un lugar para comer porque con este hambre en cualquier momento se me vencen las piernas. El mercado del frente de la terminal tiene diversos, sencillos y amplios menús. Hay varios comedores distintos y es ideal para sentarse a comer e insertarme un poco más en este sitio donde siento que la gente me recibió de muy buena manera.


Comí unos tallarines con pollo por 10000 guaraníes y arranqué a caminar por todos los lugares cercanos. Bajé para el río que estaba cerca, fui para las calles del costado, para arriba, la izquierda y la derecha prácticamente en círculos. La gente con la que hablaba se mostraba muy amable y muchos me preguntaron qué estaba haciendo viajando por ahí. Ya saben qué respondía yo. Así fue durante un par de horas y volví a la terminal para retornar a Posadas con la luz del día y poder conocer esa ciudad también.


El colectivo de vuelta se superpobló de gente que va y vuelve haciendo compras del lado paraguayo. Uno va encima del otro con cajas y bolsas gigantes llenas de cosas, en su mayoría supongo que para revender del lado argentino a mayor precio. Resulta muy interesante y atractivo ver tal espectáculo. Claro está que el cruce de aduana es un descontrol en esa vuelta. A su vez, me parece que esta es la frontera más rápida pero desastrosa en la que he estado.


Posadas vista desde Encarnación
Vuelvo a Posadas y, ahora sí, voy para el centro de la ciudad preguntando por dónde llegar. La plaza central es realmente una hermosa maqueta parecida a Spectre, el pueblo semi-imaginario de "El Gran Pez". Jamás me hubiera imaginado que Posadas fuera tan linda, al menos en esta parte. La gente es igual de amable que en la mayoría de lugares donde estuve. Hasta me ofrecieron un trabajo de comprar dólares para un local de teléfonos. Yo, como siempre, confié y me mostré interesado. Era para que pudieran ir con dólares al lado paraguayo a comprar celulares pero finalmente no lo hice porque no tenían más plata para cambiar. Mi carrera de arbolito terminó sin haber ni siquiera empezado.


Después de estar en la plaza un rato largo tomando unos mates con chipá, caminé con destino a la costanera antes que cayera la noche. Bajo unas siete cuadras y al llegar y enfrentarme cara a cara con el río me senté. Ahí me quedé alrededor de una hora tan solo viéndolo. Esta costanera es realmente hermosa. El Paraná está inmóvil y no corre una brisa. Parece un inmenso e interminable lago. Desde lo más profundo del río me llega una energía muy grande que me hace acordar de estos versos...

Soy de la orilla brava, 
del agua turbia y la correntada,
que baja hermosa 
por su barrosa profundidad

Soy un paisano serio, 
soy gente del Remanso Valerio
que es donde el cielo 
remonta vuelo en el Paraná

El Paraná de Posadas
Cuando abandoné la costanera y empecé a subir de nuevo ya casi había caído la noche, así que volví al casco céntrico para dar una última recorrida por esta lindísima ciudad, la cual recomiendo absolutamente para ir a conocer. Además, está a las puertas de nuestra maravilla natural del mundo (a 300 km. de las Cataratas del Iguazú), y de paso para las Ruinas de San Ignacio y la selva misionera. Esta ha de ser una de las más lindas provincias que tenemos.


Un colectivo urbano me hizo dar un último paseo y me depositó en la terminal de Posadas nuevamente, donde había arrancado la aventura de este gran día. Hablando de aventuras, se está por terminar mi estadía en el Litoral. Los días transcurridos en estos pueblos han sido increíbles. En algunos momentos estuve solo y sin saber qué hacer; otros, estuve muy bien acompañado y asegurado, pero siempre haciendo mi viaje a mi manera. Creo que todo el tiempo tenemos las cosas delante de nuestros ojos: mientras más las veamos, más las vamos a saber disfrutar. El dejarme llevar por las experiencias y situaciones más fuertes es lo que mejor me ha hecho sentir en estos momentos de viaje. Estas vivencias únicas son las que nos brindan los lugares y la gente... esa es la mejor adrenalina y la que nos da las más grandes satisfacciones al cumplir los objetivos.


Sigo hacia otros rumbos y ahora me espera la provincia de Formosa. Para seguir haciendo un poco más de vida de familia voy a lo de mis tíos y primos que viven allí. Conseguí el pasaje alrededor de las 22 hs. Tenía tiempo de sobra así que, sin ningún apuro, comí y eso fue lo que me dio el tiro de gracia: hasta la hora de partida me dormí ahí, vencido, en los bancos de la terminal.

lunes, 2 de abril de 2012

Santo Tomé - Sao Borja

Ya el nuevo día me encuentra con el cuerpo destruído y, medio entre sueños, veo por la ventana a la noche oscura. Estoy viajando por el Litoral, donde yo quería llegar, hacia el interior de la provincia de Corrientes, la tierra del sol y el buen mate, donde el viento de los ríos arremolina la tierra colorada, mezclándose con un chamamé.

A las 5 de la mañana pongo los pies en Santo Tomé, la llamo a mi prima Sandra y vamos para su casa por un desayuno express. Después de eso no hay otra opción más que tirarse en la cama a descansar hasta el mediodía.

Los días del fin de semana acá transcurren tranquilamente, entre tardes de caminatas y mates, conociendo gente por todos los lugares donde me lleva mi prima. Casas de amigos y amigas y una excelente peña llena de zambas, chacareras y chamamés. Además, como siempre, recorrimos el boliche y el pub del pueblo, llenos de gente y jóvenes estudiantes de todo el Litoral, y además algunos brasileros.


Santo Tomé tiene facultadas de Medicina y algunas Ingenierías, entre otras carreras, lo que lo hace un pueblo con mucha gente joven y mucho movimiento. A los brasileros también les conviene venir: está sobre la frontera, relativamente cerca de muchas ciudades grandes del país vecino, y acá es mucho más barato para ellos por el cambio con el real. Pude ver y conocer varios de ellos que eligieron Santo Tomé para estudiar y vivir.

Después de muchas horas de peñas, boliches y pub, en la tarde del domingo vamos a conocer la costa del gran Río Uruguay. Para llegar vamos caminando con mi prima por las calles del pueblo, después nos metemos en tierra colorada y un sector semiselvático que rodea al río. Llegamos con el atardecer para sentarnos a tomar unos mates en la orilla. No es tan ancho y majestuoso como el Paraná pero también es imponente y realmente hermoso a la vista. Al frente, del otro lado, se avista Brasil, el gigantesco e interminable de Sudamérica, y ya me gustaría cruzar nadando y seguir viaje por allá, para cualquier lado.



El Río Uruguay

En definitiva, viendo el río vuelvo a tomar dimensión de la naturaleza y me pongo nuevamente en "estado de viaje", esa sensación extraña y profunda de libertad que quiero tener siempre. Me gustaría poner una carpa ahí y pasar meses. Los mosquitos son hambrientas aves de rapiña y la humedad no deja correr una brisa, pero no importa.

Costa del lado brasilero

Haber visto el Río Uruguay me sirvió de empujón emocional para seguir con mis objetivos de este viaje que, hasta ahora, es muy extraño e incierto, como ningún otro antes. Y se disfruta mucho de esto, de conocer absolutamente todo lo que esté acá y ahí, más o menos cerca o lejos, esperando que nosotros lo conozcamos.

Al día siguiente me voy a pasar la mañana y la tarde a Sao Borja, primera ciudad del lado brasilero. Tomo un remís hasta el puente frontera y, luego de hacer los trámites correspondientes, el gendarme me dice que, si no tengo vehículo, no tengo como ir hasta el pueblo ya que está a 15 kilómetros de ruta, y colectivos no hay sino dos o tres veces por día. No me había terminado de decir eso cuando apareció un auto manejado por otro gendarme, que me vio y me dijo: "subí, vamos", y me llevó justo hasta el centro de la ciudad, donde yo quería ir. Era misionero pero trabajaba hacía varios años en esta frontera.


Empecé a caminar por todos lados conociendo la ciudad, una ciudad normal que tiene el ritmo habitual de una ciudad fronteriza. La gente habla un portugués cerradísimo y yo no entiendo una reverenda... palabra. Intento hablar con mucha gente preguntando cosas pero es imposible. Imposible. Sólo señas universales, números y lugares comunes son las cosas que entiendo. Evidentemente no tengo buen oído para el portugués y la gente acá no está acostumbrada a los turistas o viajeros argentinos, por lo que no se saben manejar en portuñol, que es cuando se mezclan cosas de ambos idiomas para facilitar el entendimiento.


Comí un menú variado por 10 reales en un bar (porque lo había leído en un cartel) y después seguí recorriendo un poco. Me senté en la plaza a descansar un rato largo, pensando en nada y viendo a la gente.



Plaza de Sao Borja - Brasil

Para la hora que tenía que empezar a volver, no tenía cómo porque no había colectivos y un taxi cobraba muy caro: 25 reales que no pensaba pagar y que prácticamente no tenía. Después de preguntar un poco, nadie me sabía decir si había colectivos a la frontera, así que empecé a caminar para la ruta, con la idea de llegar al puente o que algo me salve. Eran 15 kilómetros y yo tenía 5 reales en el bolsillo. Me compré un agua para poder seguir viviendo y mi capital de moneda brasilera se redujo a 3,50. Es pleno marzo y el verano todavía se hace sentir acá.

Cerca de la rotonda de salida llego a un lugar donde arreglaban electrodomésticos viejos. Atrás de un pequeño mostrador se veían pilas de lavarropas, cocinas y demás. Trato de explicarles mi situación a los dos tipos que estaban ahí y que, como todo brasilero, no paraban de reirse. Les pido un poco de agua y me la alcanzan en una botellita. Me dicen que quizás enseguida pase el colectivo así que me quedo a esperar ahí mismo. Parecían muy buena gente, como todos los que pude conocer.


En eso llega un tipo en una moto y los dos del local empiezan a decirle que yo estaba viendo si pasaba el colectivo al puente, o algo así le deben haber dicho. Resultó que era una mototaxi, común en el pueblo, y ofrecía llevarme a la frontera. El diálogo fue el siguiente: ¿Por cuánto, maestro? Le digo en mi cordobés-portugués. 10 reais, me dice. Tengo 3,50, le respondo. Ocho, me dice. Gracias pero tengo 3,50, le vuelvo a decir mostrándole las tristes monedas. Vamos, me responde. Me da el casco, me lo pongo y subo. Gracias a este amigo brasilero que me llevó, casi por pura bondad, pude llegar al puente en una moto y volver al lado argentino. Volví hasta Santo Tomé con otro brasilero que conocí en la frontera.

Llegada la noche, la última que iba a pasar ahí, mi despedida de este pueblo correntino fue en un cumpleaños de una amiga de mi prima, después de haber sacado el pasaje a Posadas para las 9 de la mañana del otro día. Resultó que el cumpleaños se prolongó de más y estaba pasando un gran momento con la gente que ahí conocí. No quería irme a dormir y se hicieron las 6, las 7 y las 8. Así que directamente y, pudiéndome recomponer un poco, armé las cosas y me tomé ese colectivo después de saludar y agradecer a mi prima por los días allí transcurridos.

Me voy a Posadas, me voy a la provincia de Misiones. La pasé muy bien en este pueblo pero ya debo partir, una vez más, hacia donde yo quiera y el tiempo me lleve. En este momento, viajando por el Litoral, por los campos de yerba, choclo y en tierras coloradas, me acuerdo del gran Luis Alberto Spinetta que, en ese lugar y desde algún lugar, me canta:

Yo vine y no traje nada,
y lo mejor me llevé...
Porque ella es la flor más linda,
la de Santo Tomé.
Si es que se agita mi canción,
ya tiene dónde ir.
Río no traigas las sombras,
dulce río de amor...
La pena nos hace sauce
que no lloró.
Yo vine y no traje nada,
y lo mejor me llevé...
Ya que ella es la flor más linda,
la de Santo Tomé.